lunes, 13 de septiembre de 2010

RELATOS HURACAN ISMAEL



Relato de Francisco Chiquete

Mazatlán, Sinaloa.- El 14 de septiembre de 1995, el huracán Ismael pasó frente a Mazatlán, pero no lo tocó. Muchos respiramos aliviados porque "la libramos". Al día siguiente, sin embargo, nos enteraríamos que ese mismo fenómeno, que nos pasó de lejos, había enlutado a decenas de hogares mazatlecos, de Sinaloa y de Sonora.

Considerado en principio como un ciclón pequeño, Ismael cobró una fuerza repentina que no sólo intensificó sus vientos; también la velocidad de su desplazamiento, por lo que sorprendió a la flota camaronera en plena faena. Las versiones son diferentes. Hay quienes hablan de hasta cien víctimas, pero lo cierto es que oficialmente se reconocieron cincuenta y cuatro.

Familias de pescadores, gente con mucha tradición en la mar, quedaron diezmadas. Un hermano y un hijo del entonces dirigente pesquero Ricardo Michel Luna desaparecieron en las aguas. Como ellos, hubo casos de hermanos, padres e hijos, hombres jóvenes o viejos que se sabían en un oficio donde el riesgo es la vida, pero que no esperaban un embate como el que los sorprendió.

El resumen más socorrido del huracán es el siguiente:

En el año de 1995 hace su aparición el huracán Ismael. Produjo olas de 9 metros en las costas mexicanas, causando la destrucción de 52 botes con daños graves, falleciendo 57 pescadores. En su camino a través del noroeste mexicano, las fuertes lluvias dejadas por el huracán alcanzaron los 197 milímetros en el estado de Sinaloa lo que causó la inundación de cuatro municipios, la destrucción de 373 casas y daños a otras cuatro mil setecientas noventa y cuatro. Cincuenta y cuatro personas perdieron la vida. En Los Mochis, los vientos destruyeron casas y postes telefónicos. En Sonora, Ismael dejó 276 milímetros de agua, afectando gravemente a Huatabampo y a 24 mil 111 personas que se ubicaban en 8 municipios. Destruyó cuatro mil 728 casas, 107 escuelas más dos hospitales. Destrozó las líneas de alta tensión afectando un área de tres mil 481 kilómetros cuadrados. Los daños en Sonora se calcularon en 8.6 millones de dólares.

De entonces se recuerdan dos cosas fundamentalmente: la elevada cantidad de víctimas -con sus secuelas de dolor-; y la indignación contra las autoridades, porque no hubo advertencias suficientes y oportunas, y porque el proceso de rescate se volvió tortuoso, penoso; no sólo por las razones humanitarias comprensibles, sino por la ineficacia de las autoridades. Sobre todo por la intrincada tramitología que cada rescate de cuerpo debía sortear, a veces con resultados contraproducentes.

LAS ACUSACIONES

En un alegato interpuesto ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Academia de los Derechos Humanos de Sinaloa, encabezada por Oscar Loza Ochoa, señala varios puntos, según encontramos en el resumen elaborado por la propia CNDH:

"Los quejosos continuaron señalando que las autoridades de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes no vigilaron con diligencia las normas de seguridad para este tipo de desastres, ya que algunas embarcaciones no contaban con chalecos salvavidas, equipo de navegación adecuado, equipo de radiocomunicación de banda marina y, en algunos casos, las naves no se encontraban en buenas condiciones de uso; que no existen suficientes faros y señalamientos con boyas en esteros y bahías, y que la Capitanía del Puerto de Topolobampo, en Ahome, Sinaloa, cuenta con un sistema de radio de banda corta, lo cual restringe las posibilidades de comunicación a un área reducida; que en las labores de rescate, frente a Playa Delfín, cerca de Mazatlán, pescadores de esa comunidad localizaron 21 cadáveres de pescadores que perecieron en los naufragios, recogieron 17 de ellos en sus embarcaciones y los entregaron a los tripulantes de la fragata G-P-1O, de la Secretaría de Marina, y dejaron con boyas los restantes cuatro cuerpos, porque no pudieron subirlos, y que los servidores públicos de la Secretaría de Marina insultaron a los pescadores rescatistas, diciéndoles que estaban invadiendo funciones públicas; asimismo, las personas que estaban ayudando en las labores de rescate solicitaron al oficial encargado de la fragata que les proporcionara combustible y guantes para poder continuar con la búsqueda de un familiar, sin que se les haya proporcionado el apoyo que requerían; que en la bahía de Topolobampo, en Ahome, Sinaloa, fueron localizados los restos de la embarcación "Don Geovanni", cuyo casco sobresalía de la superficie, encontrándose en su interior, atrapados aún con vida, los tripulantes Adrián Morales y Enrique Aguayo Soto, por lo que se intentó su rescate; que sobrevivientes de otro naufragio, así como miembros del cuerpo de bomberos, se oponían a que rescatistas de la Secretaría de Marina perforaran el casco de la nave, ya que esto provocaría la salida de la burbuja de aire que mantenía el barco a flote, sin que fuera atendida esta advertencia, lo que provocó la muerte de los tripulantes atrapados al hundirse el barco; que el 15 de septiembre de 1995, el señor Óscar Valdez Rodríguez, propietario de varias embarcaciones afectadas por el huracán, ofreció al contralmirante Rubén Gómez Galván, comandante del Sector Naval en Topolobampo, cuatro barcos camaroneros equipados con radar, navegador con satélite, videosonda y reflectores potentes, y sólo se requirió de la Marina sólo lanchas para esas embarcaciones, pero el citado servidor público se negó a realizar cualquier labor de rescate hasta la mañana siguiente".

En el mismo expediente, la defensa de la Secretaría de Marina para el caso del "Don Geovanni", no se basa en que hubiesen actuado adecuadamente, aunque el resultado no hubiese sido bueno (los dos pescadores a rescatar, murieron), sino en que la responsabilidad es de la máxima autoridad presente, y ésa era una distinta a ellos.

Las quejas por la falta de información oportuna fueron refutadas con la muestra de los 18 boletines que el Servicio Meteorológico Nacional hizo circular por distintos ámbitos, advirtiendo la peligrosidad y trayectoria del fenómeno.

Años después, sin embargo, la propia Secretaría de Marina reconoce fallas en este renglón en su página de Internet (www.semar.gob.mx), donde presenta su Centro de Análisis y Pronóstico Meteorológico Marítimo, y establece que, aun cuando desde 1983 había ya un departamento de Meteorología, los recursos no eran suficientes, y sobre todo, no había una coordinación institucional como se requería.

HISTORIA

"En 1983, la Secretaría de Marina creó el departamento de Meteorología, laborando con recursos muy limitados y con información proporcionada únicamente por el Servicio Meteorológico Nacional, sin cubrir las áreas marítimas.

En 1995, los daños ocasionados por el Huracán Ismael en el Océano Pacífico evidenciaron la falta de coordinación interinstitucional, la falta de recursos humanos capacitados en meteorología marítima, además de la necesidad de contar con un pronóstico meteorológico marítimo.

"En 1996 se pone en marcha el proyecto del Centro de Análisis y Pronóstico Meteorológico Marítimo, adquiriéndose 22 Estaciones Meteorológicas Automáticas de Superficie (EMAS) y una Estación Receptora de Imágenes de Satélite (ERIS), además de formalizar la emisión de pronósticos, boletines y avisos de ciclones tropicales a los usuarios internos de la Secretaría de Marina.

"Debido a la creciente importancia de las actividades desempeñadas y al favorable impacto que éstas tuvieron dentro de la Institución, como en las diversas entidades y en la población en general, el 1 de octubre de 2000 se creó la Dirección de Meteorología Marítima".

La temporada camaronera 95-96 fue difícil, tensa. La tristeza era un signo general.

Por ello no sorprendió la enorme concentración de personas en la explanada de La Puntilla, la noche del primero de noviembre, cuando un grupo de mazatlecos encabezados por Raúl Rico y apoyados por Codetur, que dirigía Miguel Angel García Granados, montaron el homenaje "Fuego en la Palabra", con que se recordó a las víctimas.

Muchos de los pescadores regresaron a puerto sólo a estar presentes. El cierre del programa parecía difícil, pues consistía en un largo pitido de un camaronero. A esas alturas del año prácticamente no los hay en puerto, pero esa noche sobraron. Entraron sólo para acercarse al muelle turístico y desde el barco mismo escucharon el homenaje. Al primer sirenazo que había sido apalabrado, siguió un largo concierto de lamentos espontáneos de los otros camaroneros, el cual inundó al puerto y subió a las nubes, buscando a los que se fueron.
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Relato de Antonio Hernández M.

La tragedia ocasionada por el Huracán Ismael me hizo recordar cuando necesitado de mejorar mis ingresos, allá por los cincuentas, me embarqué en el camaronero El Misionero, donde Guadalupe, un vallarteño de unos 36 años, era el capitán o patrón de la nave, posición a la que llegó empíricamente, pero quien como muchos que llegan a mandar sin el respaldo de la educación, actuaba sin la reflexión necesaria, arriesgándose no sólo él, sino a los que lo acompañaban.

Así sucedió cuando navegando cerca de San Blas, Nayarit, la radio anunció la presencia de un ciclón, que Guadalupe desestimó, dando órdenes de seguir pescando con rumbo a Mazatlán, para de ser cierto el pronóstico refugiarnos, ¨correr¨ se le decía al huir del meteoro, mientras el cielo se oscurecía en plena mañana, el mar se tornaba de un negro profundo y la olas crecían, haciendo que sus allegados insistentemente le preguntaran si levantábamos las redes, a quienes contestaba: "le vamos a dar un rato más".

El ciclón nos alcanzó, logrando poner sobre cubierta el chinchorrro, que se mecía en la pluma (grúa) como péndulo sin control, obligándonos a tirar lo pescado al mar, pues el mal tiempo apenas nos dio oportunidad de amarrar los equipos que sueltos, bandeándose de un lado al otro por la marejada, ponían en peligro al barco, buscando enseguida huir, lo que hicimos difícilmente porque las olas alcanzaban como diez metros y era suicida aumentar la velocidad, y entonces, a media marcha, apilados los siete tripulantes en el reducido espacio que acomoda timonera, camarotes y comedor, sin más que hacer que sostenerse firmemente para no rodar, veíamos a Guadalupe tratando de controlar el barco, al que barrían las enormes olas, para una vez en la cima, perdida la sustentación, azotar contra el fondo como cuando se golpea el agua con la palma de la mano abierta, haciendo crujir la nave, cuya máquina se desaceleraba y aceleraba, porque la propela (hélice) entraba al agua y luego quedaba al aire.

Tres horas de angustia en la inmensidad del océano fueron mitigadas por la media hora de calma que se produce al pasar el ojo del huracán, para luego volver a recibir su embate otras tres por el otro lado del barco, pues al cruzarlo se invierte el sentido del viento, lo que parecía interminable hasta que llegamos a la bahía que artificialmente se formó entre el cerro del Crestón y la Isla de los Chivos en Mazatlán, donde al entrar se forma una peligrosa barra que afortunadamente salvamos, experiencia que parece no sirvió a Guadalupe, porque pronto nos volvió a meter en otra situación similar en las costas de Baja California, cerca de Bahía Tortugas.

Todo esto me hizo recordar Ismael, que tocó tierra la tarde el jueves 14 al norte de Sinaloa con notorias particularidades, pues mientras la mayoría de los huracanes se trasladan a 15 kilómetros por hora, Ismael lo hizo a 35, variando su rumbo de 315 grados a 45 cuando estaba frente a Los Cabos, entrando por el Mar de Cortés y sorprendiendo a una avejentada flota pesquera a la que hacía apenas cuatro días, el Dr. Zedillo, meneando la cabeza por su estado desastroso, había dado la señal de partida desde el cañonero José María de la Vega en la Bahía de Topolobampo.

Cuando empecé a leer las noticias de la tragedia me pregunté ¿Cuántos Guadalupes había en los barcos que se hundieron ante el paso de Ismael?, ¿cuántos no creyeron en los meteorólogos?, ¿cuántos ignoraron los avisos que se dieron?, para luego irme enterando que no sólo pudo ser eso, sino que los avisos se dieron tardíos, que los proporcionaron varias instituciones a veces contradiciéndose, que debido a la crisis muchos de los barcos iban sin radio, a lo que hay que agregar que en esta región agrícola, en cada inicio de temporada sale la gente a pescar en canoas y pangas para aminorar su miseria, que ahora muchos terminaron con su muerte.

En un país donde nadie cree en nada, ¿a quién habrían que creer quienes andaban en el mar?, ¿a los meteorólogos que dicen que siempre fallan?, ¿a las capitanías de puerto cuyos burócratas dejan todo "para el rato" como se hizo con los avisos, cuyo retardo agravó la velocidad del meteoro?, ¿a la Cámara de la Industria Pesquera preocupada más por los intereses de los armadores que por las tripulaciones?, ¿o a los armadores que con la deuda del avituallamiento piden a los capitanes que no se devuelvan porque truenan?, y que como Guadalupe dicen: "le vamos a dar un rato más".

Los dirigentes de las cooperativas niegan que la tragedia ocurrió por no haber hecho caso de los avisos y que decirlo lastima la memoria de los muertos, pero la verdad es que así fue, porque a un primo mío casi le cuesta la vida haberse quedado pescando un rato más, lo que sucede por una cultura de falta de prevención y porque la credibilidad en todos sus aspectos anda por los suelos.

58 muertos oficialmente, aunque se dice son 128, cerca de 400 desaparecidos, decenas de barcos hundidos y averiados, más los daños materiales sufridos en tierra, son el balance de esta tragedia, que incluye dramas como el de un pequeño armador que perdió su pequeño barco que no estaba asegurado y junto con él a sus dos hijos y a un hermano; el de un dirigente perredista ahogado mientras trataba de salvar a una persona del arroyo embravecido, y los de cientos de gentes que luego de esperar inútilmente el regreso de los suyos en el muelle de Topolobampo, donde precisamente la barra hizo naufragar algunos barcos, volvieron a sus lugares de origen: Mazatlán, Baja California, Oaxaca, Durango, Sonora y otros estados, algunos con sus muertos y la mayoría sin ellos.




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